Y en este entorno de cuestiones y planteos, el azar nuevamente "metió la cola" en mi vida, y a casi 36 años del aquel duro alto el fuego en la Guerra resulté elegido ganador en un sorteo entre Veteranos para realizar un viaje de una semana a las Islas Malvinas.
Otra vez frente a mi, Malvinas como destino no buscado (pero ahora con todas las ventajas de poder decir que no y en un escenario muy distinto al de 1982).
Dudé, dudé mucho en aceptar el viaje "del regreso" y pensé muchas veces en renunciar al premio. Hasta que me dí cuenta que el viaje a Malvinas no sería realmente "un regreso" pues mi recuerdo de las Islas (36 años después de la guerra) era muy vago y se trataba en realidad de piezas sueltas de un rompecabezas muy complejo, imágenes vagas y mezcladas de lugares que pocas veces encajaban entre si. "Flashes" que sin mucho orden cronológico y/o espacial, aparecían y desaparecían de mi cabeza.
En 1982 poco tiempo e interés dediqué a observar "las Islas". No estaba precisamente en un viaje de turismo y solo me importaba de Malvinas la robustez del pozo que nos protegía del fuego enemigo, el asegurarnos alimento y abrigo, la integridad del grupo con el que estaba, y desde luego recibir y enviar noticias de y a los seres queridos de los que estaba tan lejos.
Si eso estaba ocurriendo en Malvinas o en Nepal poco importaba. Frente a lo que estábamos viviendo, solo pretendía hacer lo que había que hacer y que esa locura terminase de la mejor forma posible y cuanto antes, para regresar a esa vida que a los 20 años merecía estar viviendo en paz en mi querido Banfield, rodeado de mis afectos y no de milicos y pólvora.
Asumí entonces que el destino o el azar me daba la oportunidad de ir a "conocer" las Islas Malvinas 36 años después de haberlas defendido en una guerra. Y a eso fuí. La curiosidad pudo mas, respiré hondo y el 10 de marzo de 2018 ahí estaba yo en un avión de LATAM proveniente de Chile, junto a otros nueve veteranos (también "ganadores" en ese mismo sorteo) cruzando la poca distancia que separa Río Gallegos de Malvinas.
Viajé para conocer, para observar Malvinas y sobre para "observarme" entre veteranos y en Malvinas, 36 años después de una guerra no elegida en la que tuve vivencias muy fuertes de las que aun desconozco secuelas y consecuencias. Confié nuevamente en el destino, en el azar, en Dios (*), me propuse "estar abierto" a lo que sea pudiese surgir en ese viaje y me fui.
Y ya en Malvinas pude constatar que mucho de lo que creía recordar de las Islas y de sus pobladores era realmente bastante peor de como lo recordaba. No así de la guerra.
Lo primero que pude observar en el vuelo y al llegar fué una especie de euforia y una concreta emoción que despierta el viajar a las Islas Malvinas. Esa euforia y emoción se "respiraba" ya en el aeropuerto de Rio Gallegos y en la cabina del avión y se contagiaba y expandía entre el resto de los veteranos del grupo y los argentinos que viajaban en ese mismo vuelo. Las Islas Malvinas son sin duda alguna muchísimo mas importantes como "símbolo" o como "sentimiento" para el pueblo Argentino que como territorio o destino en sí mismo. (dejando de lado desde luego su importancia por su ubicación estratégica, recursos naturales y económicos, etc.)
Malvinas recibe a sus visitantes dentro de una moderna y enorme base militar (casi tan grande como la propia ciudad de Puerto Argentino) que pone a las claras para el visitante la importancia que los ingleses dan a las Islas, y asimismo da muestra que el golpe recibido por sus fuerzas armadas en la guerra del 82, evidentemente fue muy fuerte y no quieren volver a tener que pasar por algo similar.
Ya en la combi que nos llevaba a Puerto Argentino constaté lo que mas o menos recordaba respecto a lo monótona y aburrida que es la geografía de Malvinas: Se mire para donde se mire, el paisaje se reduce a unas pocas elevaciones rodeadas o atravesadas de literales "ríos de piedras" y ralos pastizales amarillos doblados por el casi constante viento que hace que no sobrepasen los 20 centímetros de altura. Todo ese "hermoso" paisaje rodeado y mezclado con grandes extensiones de blanda y húmeda turba malvinense, la cual que se hunde lentamente por el propio peso cuando uno se para sobre ella, permitiendo y favoreciendo el humedecimiento de calzados, medias y finalmente pies.
Reconozco con sorpresa que visité y conocí también algunas playas muy lindas y pintorescas (Surf Bay, la zona de Gypsy Cove, y alguna que otra) que no tenía registradas. Playas de arenas blancas y mar celeste, rodeadas en algunos casos de un verde tupido y oscuro. Playas desde luego inutilizables como tales por el clima gélido y huracanado de las Islas, pero que son muy lindas para la vista y la fotografía.
Una cosa que en seguida me llamó la atención fueron "los colores" (de la ciudad, del agua, los montes, los pastizales, las piedras) que juraría eran solo grises en 1982 durante la guerra. En ese momento no puedo asegurar que haya visto "colores", todo era gris. Y los vagos recuerdos también fueron durante tantos años en blanco y negro.
Puerto Argentino da la impresión de ser una ciudad muerta o abandonada considerando la poca actividad que tiene y ofrece, y por la casi nula presencia de personas en sus calles. La vida en en Puerto Argentino transcurre puertas adentro, en el encierro.Probablemente debido al clima la actividad en sus calles se limita a algunos automóviles que esporádicamente atraviesan sus calles para trasladar a los lugareños de una casa a otra o a un supermercado o alguna de sus tabernas (nadie camina). Y desde las cuatro de la tarde directamente ni los pocos comercios que existen (de recuerdos principalmente) permanecen abiertos.
La ciudad la recorrí todos los días y algunas noches (son ocho cuadras por cuatro), y todas las veces me sentí "ajeno", "externo" a la misma. No era ni la sentía como "mi lugar". Me daba lo mismo estar en Puerto Argentino (se siente "muy Stanley") o en alguna ciudad isleña europea o marciana.
Observé que la población de las Islas esta constituida principalmente por personas mayores que son quienes en general viven resentidos por la guerra y pendientes aun hoy, de la presencia y actividades de Argentinos que visiten las islas. Que desde luego rechazan de lleno. Y otro gran número de niños y pre adolescentes solo visibles en los horarios de ingreso y/o salida escolar. Hablando con algunos lugareños me comentaban que al pasar a la adolescencia la mayoría de los jóvenes emigra y directamente no vuelve (si puede) hasta ser muy mayores.
También se observa que la población de edad "adulta" en Puerto Argentino está conformada por muchos (quizás demasiados) chilenos, que si bien se sienten súbditos de la corona y pertenecientes a la realeza británica, son quienes realizan realmente las tareas de servicios (remises, limpieza, albañilería, jardinería y atención en hoteles, supermercados y tabernas). También hay, en menor medida, otras minorías de sudamericanos emigrados dedicados también a los servicios que los kelpers no quieren hacer. Mi sensación es que de seguir con esta tendencia los chilenos serán mayoría en las islas en un par de generaciones. Aunque los propietarios de las estancias, casas y terrenos siguen siendo "nativos kelpers".
La visita a los sitios de combate, contribuyen al sustento de muchos de estos "extra kelpers" que viven en las islas, ya que son ellos quienes ofrecen a cambio de unos cientos de libras o euros, visitas guiadas de habla hispana a "los puntos donde se libraron las peores y mas crudas batallas" (Algunos hasta garantizan visualizar "sangre" de 1982).
Por lo que pude ver en esa semana de estadía en la que recorrí a pie fundamentalmente los alrededores de Puerto Argentino, la zona el viejo aeropuerto y alguno de los montes cercanos, es que tienen un circuito "preparado" para el turismo que no se condice del todo con los lugares ocupados realmente por las tropas argentinas en 1982. En ese circuito han hecho algunos pozos y trincheras "ad hoc" de fácil acceso para que el turista desprevenido y ávido del recuerdo "histórico", se saque en ellos la foto de rigor en lo que fue "el último campo de batalla artesanal del siglo XX".
Recorrer los sitios que realmente ocupamos en 1982 durante la guerra, lugares donde realmente hubo combates, y ver como mudos testigos restos de latas y de hierros oxidados, cueros de lo que pudieron ser algún día borceguíes, vainas de municiones, telas, pozos y marcas de las explosiones de aquel entonces ahora inundadas, restos de lo que fueron puestos de defensa argentinos, no me produjo nada "movilizador" como tantos me decían era esperable me suceda al recorrerlos. Me sentí (ahora en 2018) ajeno y lejano a todo ese paisaje, y lo que si experimenté fue pesadumbre, tristeza mientras realizaba ese peregrinaje obligado por lo que fueron "nuestros campos de batalla" (y lo que no pude fue dejar de tararear inconscientemente el himno mientras lo hacia: raro), la sensación era como la de transitar un viejo y abandonado cementerio en el que se sabe no hay nadie enterrado.
Tampoco pude sentir o entender la necesidad casi imperiosa de muchos veteranos por encontrar, hurgar y registrar con cientos de fotos los lugares que recordaban como "sus posiciones".
San Carlos me animo a afirmar que es de los peores lugares que uno pueda llegar a conocer. El viento huracanado y congelante es simplemente insoportable (y eso que era marzo). Un sitio "imposible", un lugar "gris", del mismo gris con el que conocí y recordé por años las imágenes sueltas de Malvinas. Nada para ver, nada para hacer salvo pegarse un corchazo. Sinceramente mis respetos y reconocimiento a quienes les toco defender y luchar en ese lugar.
Mas allá del cementerio británico de San Carlos, por todos los lugares en los que se combatió, se observan esparcidos entre rocas y pastizales, numerosas indicaciones, placas y cruces colocados por los ingleses que dan cuenta y recuerdan las bajas que tuvieron en sus tropas en 1982.
El cementerio Argentino en Darwin es un capitulo aparte y se encuentra en medio de la nada, alejado de todo, y ya al acercarse se siente una energía negativa tremenda. Tristeza, desolación, dolor, y muerte acompañan al visitante en cada minuto que uno pisa ese lugar. El silencio sepulcral y el viento que no cesa nunca, parecen amplificarse (si eso fuera posible) en Darwin, y ayudan a la sensación de angustia y de desolación.
Es como que todo el silencio característico de quienes combatieron en una guerra (que se manifiesta normalmente durante las posguerras), se hubiese juntado y quedado en ese lugar. Un silencio que atraviesa el alma. Un silencio mortal en contraposición a los sonidos también mortales pero ensordecedores de las explosiones, los disparos y los gritos escuchados hacía casi 36 años y que de a ratos volvían a aparecer en mi cabeza. Darwin es un sitio sin tiempo, sin color, y sin sonido.
Las tumbas van pasando y afloran casi con igual velocidad los recuerdos de tantos cuerpos y caras iluminados por los flashes anaranjados, rojizos de los disparos y las explosiones en la cerrada oscuridad de 1982. Caras de desesperación y de dolor, ojos vacíos, bocas abiertas en un grito desgarrador silenciado abruptamente y congelado para siempre por la sorpresiva, traicionera e inoportuna muerte. Darwin es Desolacion, Dolor, Desazón, Tristeza.

Estuve allí exactamente una semana antes de la visita de los familiares de los caídos al cementerio de Darwin; fue duro recorrer las tumbas y leer los nombres (ya identificados) de tantos compañeros que murieron inmerecida, dolorosa y tempranamente, "lejos -muy lejos- de aquella gloria con la que habíamos jurado morir" (pensando en el fondo realmente en "coronados con ella vivir"). Esa gloria con la que la sociedad se llena la boca, y que desde luego ni los combatientes ni los caídos disfrutan jamás, y que es una mala excusa para tratar de justificar los daños irreparables y las pérdidas humanas de las guerras. Imposible no pensar en esas familias que desde hacía ya casi 36 años vivían tratando de suplir la abrupta e incomprensible ausencia de sus seres queridos, llorando sobre la foto de un muchacho vestido de militar congelado en el tiempo. El dolor arrasador de las guerras. Lo que no se dice, lo que se esconde: las consecuencias particulares, las desgracias individuales que aparecen cuando tienen nombre y apellido.
No mucho mas para contar de Malvinas, poco que ver, poco que hacer; quien quiera ir, adelante, yo no lo recomendaría como destino turístico, Malvinas valen mucho mas por lo que representan, por lo simbólico.
Lo extraño, lo incomprensible es que (salvo en el cementerio de Darwin del que salí realmente con un gusto muy amargo en la boca) y pese a no tener nada realmente atractivo (la cerveza barata y en enorme variedad de etiquetas hoy podría llegar a ser algo a favor de Malvinas) lo cierto es que esa semana en las islas se me pasó muy rápido y me sentí bien. Ajeno, lejano en muchas ocasiones, pero bien; será que estando en Malvinas y a pesar de todo, los argentinos "nos sentiremos en casa".
Personalmente sé que este viaje es el último que haré en mi vida a las Islas, ahora si estoy seguro de no querer volver, pero reconozco que me sirvió y fue muy positivo; fue un "dar vuelta de pagina" definitivo, y creo que todos los veteranos que viajamos (cada uno a su manera y según sus necesidades o sentimientos) sacó provecho del viaje.
CCH Marzo 2018
(*) Aclaro que durante la guerra si bien confiaba en Dios no me atrevía a rezarle o a pedirle nada, pues consideraba que al estar violando el mandamiento "no matarás" no estábamos en condiciones de realizar ningún pedido. (Si le rezaba a la Virgen que seguramente debía estar conmovida como madre).