Figurita difícil

davman+espaMuchos aseguran que Dios esta en todas partes, yo no me atrevería a aseverarlo, no se por donde anda Garrafa ahora. Pero lo que si puedo garantizar es que Banfield está en todos lados: Ya lo demostramos con las notas sobre Dario Arcella y Nestor Nocera, y ahora nos vamos con un banfileño de la patagonia.

Dueño de un estilo díscolo para hablar de si, Jorge “mono” Cocconi vive en la bellísima ciudad de Villa La Angostura, en la Provincia de Neuquen. Y nos asegura que “no imaginan la diáspora de hinchas desparramados por todo el país y que a veces nos juntamos para verlo por tele o nos ponemos de acuerdo para verlo en la Mouriño”. Es un Agrónomo y paisajista que ostenta el carnet Nº 53 del Club Infantil de Banfield, y ser socio honorario ya que “fui inscripto el día de mi nacimiento y si bien vivo a 1800 kms suelo frecuentar el Lencho”. Oriundo de Alsina y Cabrera, se crió entre el Infantil (hoy Country) y el Bánfield, “el día que no pasábamos por ambos como que nos faltaba algo”.

Aquí tenemos dos de sus cuentos para compartirlo con los banfileños mas veteranos.

 ¡POBRE JULITO!

Era el año 84 y con frecuencia viajaba a Bs. As. Muchas veces; por comodidad y otros motivos que no vienen al caso, me quedaba en el centro, pero cumplía con un par de visitas a mis gentes.  Así que esa tarde entré a la casa familiar y en la galería me la encuentro a mi tía Aída con cara larga.

– Hola tía, ¿Te pasa algo?

– Y… ¿Que te parece?  Se murió Julito.

Confieso que me la puso al ángulo.  Porque ni en la familia y su entorno,  ni en el barrio figuraba algún Julio.  Quería consolarla sin meter la pata, así que sondié.

– ¿Cual Julito tía?.

– Ay. ¡Me extraña de vos!.  Que lees tanto.  ¿No sabés que falleció Cortazar?.

– Ahh… si, seguro, como no me voy a enterar.

Si la primera fue al ángulo, en la segunda directamente me escondió la pelota.  Tengo que contarles que mi tía fue miembro de una familia de tanos y se pasó su vida entre el barrio y un comercio donde trabajó hasta jubilarse.  En treinta años conviviendo con ella lo único que le vi leer fue el diario La Unión de Lomas de Zamora.  Fue una persona inteligente y agradable pero no me cabía que pudiera tener una afición por Cortázar.  Algo raro había.

– Si, que desgracia tía,  justo que se estaba por volver a La Argentina.

– Exactamente, la semana que viene me iba a encontrar con el.

– Ahhh…con él. ¿Y como?.

Para nada me la podía imaginar a mi tía en un círculo literario de ese nivel.

– Y, los compañeros de primaria de la Escuela Nº10 de Banfield le estábamos armando una reunión para recibirlo, él estaba al tanto.

– Ahhhhh, ahora me acuerdo, vos fuiste compañera de él, algo me habías contado. (Pensé en Casa Tomada, le tomé letra y mentí).

– Fue mi compañero de banco durante la primaria.

_ Ahhhhhhhh.  Mi capacidad de asombro ya estaba superada.  El instinto de supervivencia me hizo pensar que si seguía abriendo la boca se me iba a descolocar la mandíbula.  Así que la abracé, le dí un beso y creo que a los dos se nos cayeron un par de lagrimones: a mi por ella y a ella por él.

-Aída, me voy a saludar a mis viejos. Después la seguimos…

Me quedé pensando: Escuela Nº 10, a la misma que fue toda la familia, incluido yo.  Capaz que usé un banco donde se había sentado el, y se me llenó el culo de preguntas: ¿Este hombre no habrá diseminado un virus que incita a la literatura?. A poco de analizarlo concluí en que teniendo en cuenta mi berreta producción literaria, cuarenta años después de haber compartido el banco, el virus, de haber existido, ya estaba atenuado o bien mutó.

Con mi tía no la seguimos nunca, pero me quedó la impresión de que algo mas había, porque la ví muy sentida, cosa rara en una familia donde abundaban la alegría y el drama pero raras veces la tristeza.

Me quedé con la imagen tierna de ella compartiendo el banco con su Julito; vaya a saber si no se tomaban de la manito debajo del pupitre, porque mi tía, si bien solterona  parece que de joven estuvo buena.

Por suerte para mi, la relación si existió no prosperó, porque no quiero imaginarme un hipotético diálogo con mi posible tío.

–  Mono, dejáte de escribir boludeces en un diarito de cuarta, porque si no la Rayuela te la voy a estampar a bifes en la cara.

– Disculpame tío, no lo voy a hacer mas.

¿CAFÉ O BICICLETA?.  Elija bien (si no entiende de fútbol no lo lea) 

– Queca, me faltan dos y no las puedo conseguir.

–  Pero vas bien, a mi me faltan como veinte.

–  Boludo, quedan quince días.

– ¿Las de los equipos, las tenés?.

–  Todas;  pero estos guachos pusieron como difíciles a las de la Selección.  Y me faltan dos: Pando y Sívori.

–  Y, vamos a tener que comprar más, porque esas no las va  a cambiar nadie.

En esos días hicimos una changa podándole los árboles a unos vecinos.  Yo ya desconfiaba;  así que plata en mano nos organizamos.

–  Gino, nos están garcando, vamos a cambiar de quiosco. Vos andate para Escalada por Pavón y yo me voy por Alsina para Lomas.  A las cinco nos juntamos.

Cerca del Hospital Gandulfo, donde vine al mundo, en un bolichito de barrio me gasté lo último y volví.  No me aguantaba, así que caminando empecé a abrir los paquetes que traían tres.  Primero, nada; segundo, nada; todo repetido.  En el tercero: Pando y dos repetidas.

– ¡Pando, viejo y peludo!.  No lo podía creer.

Caminé las veinte cuadras como en trance.  Cuando llegué al barrio,  en la esquina estaba la barra y dos de afuera: el petiso Tolosa y otro que no conocía.  Eran de otro barrio y estaban de transa.

Yo estaba como perro con tres colas y algo me habrán visto en el alma o en la mirada porque la pregunta fue unánime y mi respuesta única: Pando.

– ¿Pando?.  Si no sale…

–  Salió;  y la tengo.

–  Si la tenés mostrala.  Dijo el Petiso.

Fue la primera pendejada de mi vida.

– La tengo,  y aquí está.

Me agrandé y se la pasé a mis amigos. Era única, nuevita, flamante.  La vieron asombrados y de mano en mano fue a parar al Petiso.  El hijodemil tenía un pilón en la mano.  Hizo como que la mezclaba y tiró el pilón al suelo.  Me quiso hacer el toco mocho al revés.

Reconozco que me alteré.  Pasé de la euforia de tener a la angustia de perder.  A muchos le pasa en el amor y terminan en los pasillos de la Justicia Penal.

–  Dámela…

–  Buscala, debe estar en la vereda, con la pila.

El petiso era tres años mayor, pero yo me calenté y el era petiso, así que cerraban las categorías; además estaba de local y había cuatro del barrio, su amigo se abrió.

La izquierda al cogote, la derecha al pecho y lo estampé contra la persiana de la peluquería de Nino.

– Dámela, o de aquí no te vas.

Apreté la presión sobre el cogote.

– Pará pendejo que es una joda.

El guacho la peló del bolsillo del pañuelo y me la entregó.

– Locos, las del piso júntenselas para Uds., porque este boludo se va.

– Si te agarro por Malabia te reviento…

–  Tá, quedamos así, yo te aviso.  Rajá gil.

Se fue con la cola entre las patas.

Me fui para casa.  La hubiera remachado o atornillado, pero preparé un buen engrudo y la pegué.  Los días siguientes fueron angustiantes y me enseñaron a curtir mi carácter: todo en mi vida estuvo signado por ese rostro enmarcado en un redondel de cartón que no pude conseguir a pesar de haber puesto todo.

Pasaron muchos años y además del cigarrillo me hice adicto al Río Negro, así que a diario al quiosco del gordo Mesa.

–  ¿Sabés quien se acaba de ir?.  Tal.

–  No te puedo creer.

–  Si, está de vacaciones y viene todos los días a comprar el diario.

No voy a decir que le hice la guardia, pero un día coincidimos; salgo del quiosco y me lo veo venir por la vereda de Hora Cero.  Lo encaré de una.

–  Don Enrique Omar.  Maestro.  Que gusto tenerlo por acá.

Nos dimos un abrazo.

–  ¿ Como me sacaste? Vos debés ser hincha de River.

–  No para nada, es que Ud. está siempre igual.

–  No jodás.  Entonces sos de Boca y me tenés bronca.

–  Tampoco, pero lo de bronca, se queda corto.  Yo en una época llegué a odiarlo.

– ¿Pero que te hice?.

–  Bueno… es una historia.

– Mirá, yo estoy al pedo y estamos en la puerta de un café.  ¿Entramos?.

–  ¿Como?.

Le conté mi historia.

–  Así que por mi culpa te perdiste la bicicleta…

–  No, bicicleta ya tenía.  Yo quería completar el álbum y tenerlo a Ud., en esa época ya había televisión y venían imágenes de Italia.  ¡Que monstruo!.

–  Bueno, gracias.  La verdad que me la pusiste al ángulo.  No me lo esperaba aquí,  tan lejos.

–  Lejos para el que no vive acá.

–  ¿Y que hacés acá?.

–  Tengo un laburo, la rebusco.  Y en los ratos libres me dedico a escribir.

–  ¿Y que escribís?.

–  Relatos, crónicas, historias… Boludeces.

–  Pero esta me gustó. ¿Porqué no la escribís?.

–  Y podría ser.  Viene bien, porque a veces uno se queda sin argumentos.

–  Eso no te lo permitas nunca.  Cuando no sepas que hacer dibujá, pintá, inventá. ¿Que te crees que hacía yo cuando quería entrar al área y me salían tres defensores a talarme?.

Terminaron nuestros tiempos y nos despedimos como dos grandes amigos.  Tenía la ilusión de que vuelva a veranear y volver a verlo, pero no pudo ser;  en el 2005 falleció en Italia, su segunda patria.  Jugó en River, la Juve, el Nápoli, las Selecciones de Argentina e Italia y junto con Maschio, Angelillo y Destéfano fue una de las llaves de oro que le abrieron las puertas a miles de jugadores argentinos en Europa.

Con el tiempo, el médico me prohibió el café.  No me calentó, total yo ya tenía grabado en mi pituitaria el sabor y el aroma de aquel único e irrepetible compartido con un Grande entre los Grandes.  Seguí con mi vida y muchas veces me acordé del consejo del Maestro, así que dibujé, pinté, inventé.  Y lo sigo haciendo.  No me quejo, tan mal no me va.

Era un argumento bárbaro para un cuento, pero yo lo estaba haciendo como relato en una mesa de café y nunca falta un abombado.

–  ¿Che loco, y con el álbum, que pasó?.

_ ¡Yo que sé! Se perdió con la infancia, de la casa a la escuela, tiempo atrás”, diría el genial Ariel Petroccelli en la “Zamba del Angel”, y no me preguntes mas boludeces.

Para escribirle a Jorge Cocconi: nicoco@speedy.com.ar