Una carta que respira amor en cada línea

A veces, los tipos de barrio tienen esas definiciones que sólo están en la universidad de la calle. Y en donde se les ocurre un apodo, mejor tomar nota, porque años de sabiduría suelen estar detrás de estas sentencias y bautismos improvisados. Uno de los viejos hinchas de Banfield, desde las épocas de los tablones de madera, un día lo retrató a mi Viejo con un apodo inconfundible y preciso: le puso “Caramelo”. Pavada de acierto, para quien, como mi Viejo, había conocido los tragos amargos de la vida. Era el mayor de cuatro hermanos, y perdió a su padre días antes de cumplir los 16 años.

Jamás superó esa pérdida, diría ya muy mayor. Lo conmovía el dolor ajeno y lo difícil que le resultaba a alguna gente ganar el mango. Hizo de papá de sus hermanas, con el cariño y la dureza que luego lo hizo con nosotros, sus cuatro hijos. Nació para ser papá.

Fue el mejor del mundo en varias cuestiones, como responsabilidad y honor. Estos eran sus títulos, los de un crack. Se la aguantó sin joder a nadie y eso que había que bancar mujer, cuatro hijos y alquiler, cuando la guita era un bien de acceso muy limitado en casa.

Pero luchaba la vida como un león, casualmente ése era su segundo nombre. Los últimos tres años los pasó sin ver, y aunque no aceptaba vivir así, no se deprimió.

Seguía siendo un tipo fuerte al que recurríamos como chicos para solucionar nuestras diferencias entre hermanos. “Cholo”, como todos le decían, compraba una bolsa de caramelos antes de llegar a la cancha de Banfield para después repartirlos entre la gente (los empleados del club eran sus favoritos), con la idea de endulzarles un poco una vida que a veces es amarga. Quien le dio el apodo sabía lo que decía.

Mi viejo era un dulce que andaba por la vida. “Caramelo” era la síntesis suya. La vida me dio un lujo demasiado grande: soy hijo suyo. No puedo tener orgullo mayor, lo dice un tipo que charló con Paul Mc Cartney: le grité “genio” y él contestó “thank you”. Es charla, listo, gané, después te doy la revancha.

El Viejo es mi guía. En el minuto 90 de la vida le cobraron un penal en contra dudoso que terminó en gol. Pero para ese entonces, hacia tiempo que Mauricio León Borengiu era un campeón. Yo creo que podía tener una oportunidad para recuperarse con el tiempo, pero hay intereses en juego que no permiten una estadía larga en el hotel de terapia intensiva. Una médica me preguntó: “¿Cuánto querés que viva?”.

Mi viejo tenía 90 años, pero hubiera estado bueno tenerlo hasta que la ciencia médica encontrara una solución, porque fue una persona ejemplar.

Por Alexis Borengiu

Una carta que respira amor en cada línea

Se puede admirar a los grandes hombres, hacedores de la historia, aquellos que llevaron a cabo las transformaciones que cambiaron el país y al mundo para siempre. Pero sólo se puede querer y admirar indefinidamente, con sentimientos inapelables, a quienes nos iluminaron con su amor sencillo y cotidiano, a quienes enaltecieron la palabra “papá”. A quienes supieron dejarnos una huella inmensa para caminar las rutas de la vida con la frente alta. Es el caso de la carta de hoy, seleccionada precisamente por eso. No necesita ser publicada el tercer domingo de junio para justificar la celebración del “Día de…” Basta con leer la ternura de las palabras de Alexis, de su pena profunda por no haber disfrutado un tiempo más a ese hombre que en el fragor del aliento tribunero de las canchas, ámbito de rudezas varoniles si los hay, bautizaron “Caramelo” por su generosa dulzura de repartir golosinas en las tardes de fútbol. Alguien dirá por qué escribir así de alguien que no conocimos. Es simple: lean una vez más el amor que transpira la carta y tendrán la respuesta.

Por Osvaldo Pepe para Clarin.