El Eternauta 55 años después: La argentinidad hecha historieta

Hoy está en todos lados. Algunos lo evocan con emoción, otros lo citan y lo reemplazan por su propio héroe, y hasta se sugiere censurarlo (¿esto último les recuerda algo?). Es como si hubiese quedado atrapado entre dos fuegos. Sin embargo, a 55 años de su aparición (el 4 de septiembre de 1957) y luego de haber sido leído, durante décadas, como una metáfora anticipadora de las luchas y las muertes de los años más dolorosos de nuestra historia reciente, y no tanto como la maravillosa obra de ficción que ha sido siempre; nos preguntamos: ¿Cuántas de las personas que hoy lo reivindican, o lo censuran, lo han leído en verdad; y cuántos han alcanzado a aprehender algo de la esencia de este personaje?

 

Muchos ya lo sabrán, El Eternauta (o su alter ego Juan Salvo) era el símbolo de la resistencia, el héroe colectivo. Además, su creador, Héctor Oesterheld (1919-¿1978?), uno de los mejores escritores contemporáneos argentinos (y léase bien “escritor” en vez  de “historietista”, a secas), se terminó metiendo de lleno en su propia creación, y, luego, paradoja cruel del destino o de sus circunstancias particulares y políticas, por ser militante montonero, sería desaparecido (al igual que sus 4 hijas) por la última –y más sangrienta- dictadura militar. Lo cierto es que esta historieta sigue siendo leída -más allá de las citas partidarias o las censuras particulares- tanto de manera neófita, por chicos y adolescentes, como por los adultos (aquellos “niños privilegiados” o “adorada juventud” del ayer), quiénes lo releen, una y otra vez, quizás buscando desentrañar alguna de las muchas claves inherentes a esta historia. Porque El Eternauta es una historia única dentro del cómic mundial, un personaje que admite múltiples lecturas. Para empezar, su saga es capaz de metaforizar buena parte del imaginario humano, ese que no sólo incluye aventuras sino también resistencia política y social. Porque la nevada mortal de esta historieta era bastante parecida a aquella otra “nevada” que azotó a la Argentina luego del 24 de marzo de 1976, porque “los ellos” eran los enemigos, y porque solamente la unión podría posibilitar la defensa ante esos invasores que venían a aniquilarnos. Además, un poco de la magia de este personaje residía en el hecho de poder ver en un cómic de primer nivel paisajes que el lector podía reconocer porque formaban parte de su devenir cotidiano: el ambiente suburbano del barrio de Vicente López, la Avenida General Paz, la cancha de River, la Avenida Libertador, Plaza Italia, el Congreso Nacional… En esos ámbitos transcurría la trama de esta historia dibujada magistralmente por Francisco Solano López. Consecuentemente, El Eternauta que pretendió ser “solamente una historieta” terminaría siendo mucho más que eso, porque se transformaría en un auténtico símbolo cultural  argentino. Difícilmente, pueda imaginarse esta historieta en otra latitud que no fuera la nuestra, un país azotado, desde siempre, por la división; un país marcado por sus luchas intestinas, la resistencia y la oposición.

 

Cuando Oesterheld y Solano López publicaron por primera vez El Eternauta, en septiembre de 1957 en la revista Hora Cero Semanal, ya eran dos profesionales muy reconocidos dentro del mundillo del cómic autóctono. Por ejemplo, la producción de Oesterheld en esos últimos años de los ’50 era impresionante: “Ticonderoga”, “Rolo, el marciano adoptivo”, “Nahuel Barros”, “Ernie Pike”, “Cayena”, “Dr. Morgue” o “Buster Pike”, son algunos de los nombres de la larga lista de historietas escritas por “El Viejo”, además de El Eternauta. En esa época, el emporio de la historieta nacional estaba viviendo los últimos estertores de su era dorada, luego de convertirse en una industria pujante que había generado una actividad redituable -en forma de vocación y/o forma de subsistencia- para muchos jóvenes y adultos de la época, quienes veían en el cómic una posibilidad de desarrollarse profesionalmente (incluso, las técnicas del arte de la historieta se enseñaban); mientras que las revistas se vendían por millares. Por eso, debido a su éxito y por el afianzamiento de Oesterheld como guionista, aparecerán en el mercado las revistas Hora Cero y Frontera, fundadas por el propio Oesterheld, encargado también de escribir la mayoría de los guiones, y que contaba con la participación de los mejores dibujantes del momento: Hugo Pratt, Alberto Breccia, Solano López, Arturo del Castillo, Julio Schiaffino, José Muñoz, Leo Durañona, Juan Giménez, nombres que elevarán el nivel de una historieta argentina que no tenía que envidiarle nada a las grandes potencias.

 

Ese 1957 de El Eternauta es el año designado como punto de partida para la nueva historieta argentina, en donde se empiezan a delinear el nuevo paradigma que se ha mantenido hasta la actualidad, con un claro desarrollo de nuevas formas narrativas, bien distintas de las que se hacían en el resto del mundo, con problemáticas complejas y humanas, apartadas del clásico modelo norteamericano del héroe “a la Superman”, que se había seguido hasta ese momento. Es el advenimiento del héroe colectivo desplazando al héroe individual y narcisista. De allí saldrá el germen de varios personajes creados por Oesterheld. Sin embargo, no hubo nada parecido a El Eternauta, el verdadero punto de inflexión de la historieta argentina; casi, una verdadera novela gráfica. Desde su mismo nombre -un neologismo, una palabra nueva con múltiples resonancias- que podía sonar parecido tanto a “astronauta” como a “cosmonauta” o “argonauta”, y a ese “éter” que evocaba un poco a la radio de los ´40 y ´50, esa de los radioteatros llenos de aventura, misterio y emoción; que también fueron una verdadera pasión de multitudes.

 

Decíamos, El Eternauta debuta en las páginas de Hora Cero, en la que aparecerá hasta 1959, como una historieta de “ciencia-ficción”, publicada en forma de cuasi folletín: tres páginas semanales. Allí, el estilo narrativo de Oesterheld se dispara hacía la creación de extraños caracteres, personajes raros, héroes que tienen miedo y dudan, malos queribles y melancólicos; sujetos que intentan (re) encontrarse en medio de una historia circular que, como los laberintos de Borges, parece que nunca deja de empezar. Además, El Eternauta era una historieta testimonial, definitivamente comprometida con la realidad. Por eso no había que leer demasiado entrelineas para encontrar alusiones y críticas constantes a la realidad política del país, que se iban haciendo cada vez más evidentes con el correr de los años. Su trama nos hablaba de personas que ven interrumpida su vida por un hecho brutal que termina con su ciudad. Esto, sin dudas, se relaciona explícitamente con las durísimas épocas de las que sería contemporánea esta historieta, en donde lo brutal, el mazazo dado desde afuera, casi siempre se traducía en levantamientos militares anti democráticos, que proclamaban “venir a poner orden”. Recordemos que la primera parte de El Eternauta sale a la calle en pleno gobierno antiperonista y militar de Aramburu, y la segunda versión de la primera parte (dibujada por Breccia) levantaría polvareda al ser tachada por “barroca e incomprensible”, al ser publicada en la inefable revista Gente, durante el régimen de Ongania, en 1969. Finalmente, El Eternauta II, publicado a partir de diciembre de 1976, por Oesterheld (ya en la clandestinidad) y Solano López, en la recordada revista Skorpio, con un guión mucho más politizado que el anterior, sin mensajes subliminales sino directos, llegará al punto de transformarse casi en un panfleto antidictatorial.

 

Y así fue, nomás, la historia de El Eternauta, ese que luchaba, liderando su grupo de resistencia, contra “los ellos”, quiénes tomaban el rol de villanos pero nunca llegaban a ser vistos,  quizás, porque el actuar entre las sombras les servía para provocar más temor. Total, para la lucha cotidiana ya estaba ese “grupo de tareas” formado por “los manos”, “los cascarudos”, “los gurbos” y “los zarpos”. En resumen, una historieta que contaba con un universo de personajes, buenos y malos, interrelacionados, que se mostraban ante el lector, al natural, con sus dubitaciones y contradicciones bien humanas. Todos, seres a los que no les quedaba otra que aceptar la aventura cotidiana como medio de supervivencia, y no como una elección vital. Como para preguntarse: ¿Habrá habido algo más argento que eso?

 

Por Emiliano Acevedo para Yo Soy la Morsa