Hoy vamos a hacer referencia a un movimiento artístico de los más significativos de la historia del arte, ya que el mismo generó una ruptura fundamental en el concepto de obra de arte. Este movimiento es el impresionismo.
Antes de comenzar a hablar de los criterios característicos que hicieron a esta corriente artística es importante que nos situemos contextualmente dentro de lo histórico para entender que estaba sucediendo a nivel social, político y económico.
A lo largo del siglo XIX París se fue transformando en una metrópoli moderna, el número de habitantes crecía constantemente debido al gran desarrollo industrial, de esta manera los habitantes de las zonas rurales se movilizaban hacia la ciudad en busca de un futuro mejor. La gran cantidad de personas que habitaban la ciudad, era una amenaza significativa, ya que en cualquier momento podía estallar una gran plaga, sumergiendo a la ciudad en un caos pestilente.
Esta situación pudo ser revertida, debido al saneamiento llevado a cabo por los planes del prefecto Haussman, quien rediseño la ciudad. Las modificaciones más llamativas estaban relacionadas con la luminosidad y mayor entrada de aire a la ciudad, además de estar mejor organizada por cuestiones de estrategias militares. Esta reestructuración duró 20 años. En el año 1874, los pintores rechazados por el jurado académico del Salón, Pisarro, Cézanne, Monet, Renoir, Degas, Morisot expusieron junto a otros pintores que tenían la misma ideología, sus obras y trabajos en el estudio del fotógrafo Nadar.
El origen del nombre impresionismo se debe a que un periodista destacó la repercusión de la obra “Impresión, sol naciente” de Monet, obra que por su tema tan común (la vista de un puerto en la niebla) y su ligero empaste provocó confusión, indagación y risas. Entonces este periodista publicó una fuerte crítica llamada “la exposición de los impresionistas”. Esta trascendental denominación no fue meramente una opinión, ya que representar únicamente impresiones no era lo que se esperaba del arte a fines del siglo XIX.
El público del mundo del arte calificó a este movimiento (denominado movimiento por la historia del arte con posterioridad) de “poco artístico” y trivial, no fue solo la renuncia demostrativa del cuadro de historia, que en la jerarquía académica se encontraba en primer lugar, para dedicarse a pintar paisajes, retratos, géneros y bodegones, sino también la forma de pintar, que se diferenciaba tanto de la elaborada pintura Académica, en la que predominan los tonos pardos, a causa del empleo de colores claros, de la elección de temas instantáneos y casuales y soltura del empaste. Los temas inspirados en la vida cotidiana, en los que los pintores renunciaban a cualquier clase de simbolismo, se interpretaron como una declaración de guerra contra las tradiciones clásicas y todo lo establecido hasta el momento, asentado como canónico.
Esta época estaba fuertemente marcada por las constantes innovaciones tecnológicas y el desarrollo técnico. La fotografía irrumpió en el ambiente de manera significativa, desplazando al estilo de arte académico que intentaba reflejar la realidad.
Es por ello que la fotografía jugó un rol muy importante para los impresionistas, mientras muchos artistas denominados académicos clasificaban a los fotógrafos de “no artistas” a raíz del creciente temor por la competencia.
Los artistas se vieron seducidos por las características de la fotografía de captar el instante, el momento, lo real tomado en un tiempo determinado y específico. Querían pintar esa instantaneidad de manera plena, dejando de lado el rol de los objetos, destacando y haciendo hincapié en los valores cromáticos y en el fascinante mundo de las luces y sombras.
Al tratarse de artistas que pintaban al aire libre (rompieron con la tradicional tarea del artista, pintando exclusivamente dentro de su taller) percibieron como la luz incidía en la visión de los objetos, generando vicisitudes cromáticas de valores propios. Una de las apreciaciones más destacadas fue, que la luz clara del día absorbía el color y la forma de los objetos, dando la ilusión de pérdida de los contornos.
Debido a la imperiosa necesidad de captar el instante para ser plasmado en la obra de arte, los colores eran aplicados en el lienzo a gran velocidad y con vehemencia, y los mismos muchas veces eran mezclados en la misma paleta para darle dinamismo al acto de pintar. Numerosa cantidad de pinceladas hacían a la composición general de la obra, que observada a cierta distancia las cosas no se encontraban detalladas, sino confusas y borrosas. Pero por un acto mental al apreciarlas, construyen la idea de percepción basadas en la experiencia visual y de conocimientos.
Es por este motivo que la pintura comienza a tener un carácter autónomo y valer como pintura en si misma, es decir, al dejar en evidencia el material de uso (los empastes) y las herramientas utilizadas (pinceles, espátulas), lo representado pasa a segundo plano. Quedando en evidencia su intención de demostrar que el cuadro es algo artificial, que lo representado es una alusión a la realidad, pero no es la realidad misma sino una “ficción artística”.