A los humanos nos encanta catalogar las cosas. Rotulamos tierras, enfermedades, climas y hasta emociones. La música, como no podía ser de otra manera, tampoco escapa a esta obsesión humana. Lo gracioso del asunto, es que algo tan universal como lo es esta forma de manifestación artística, termina siendo dividida por intríngulis semánticas, capaces de provocar discusiones y hasta peleas entre los hombres. Probablemente en la afición que los mismos sienten por la violencia, se encuentre una explicación a estos comportamientos. Pero no vamos a tratar aquí estos dilemas de la conducta del hombre, sino que nos vamos a remitir a nuestra afición catalogadora.
Hecho número uno: Es verdad que la división de géneros musicales existe. Llamar a un tipo de música Polka, no fue el producto de la imaginación de un poeta inspirado. Hay detrás de las características de este tipo de canciones, una justificación para llamarla de esa manera, y distinguirla por ejemplo del jazz o al mambo. De hecho, no hay que ser Mozart para distinguir una pieza de tango de un rock.
Por otro lado, no hay una sola variable que permita delimitar un género de otro. Este es el hecho número dos. Si bien la música no es un libro contable, en donde los elementos van irremediablemente al debe o al haber, tampoco es algo que haya escapado de la voracidad catalogadora humana. Los límites de un género pueden surgir a partir de sus características melódicas, armónicas, rítmicas e instrumentales. Pero también influyen en esta delimitación, factores como el origen histórico y sociocultural, las técnicas de composición, la interpretación y hasta los métodos de difusión.
Tantas variables hacen posibles la existencia de muchísimos géneros, con sus propios subgéneros (¿de cuántas maneras hemos escuchado que catalogan al rock?). Pero hay un hecho –y aquí va el tercero- que es fundamental: los que enumeran las ramas de la música no son máquinas, sino humanos. Por ende, esto deja de ser algo matemático y entra en el blando pero maravilloso terreno de la subjetividad. Así lo que para unos es música popular, para otros, en otra parte del planeta y en otra época de la civilización, es música académica.
Ahora bien, hecha las aclaraciones preliminares, vamos a mencionar los tres géneros básicos: el clásico, el popular y el tradicional. Poniéndolo de un modo fácil, podría decirse que en estas tres grandes ramas están incluidas todas las demás. La música clásica, también conocida como culta, fue la producida durante unos 500 años, entre el siglo XV y el XX. Este género tiene una tradición musical escrita, por lo cual sus interpretes deben formarse con mucha disciplina en los conservatorios. Además atiende a un estricto código teórico y estético que es cuidado tanto por sus compositores, como por sus intérpretes, aparte de ser exigido por sus escuchas.
La música popular se encuentra en la vereda opuesta a la clásica. Suele nutrirse de composiciones más cortas, de menor contenido teórico y apta para oídos más permisivos. Por tal motivo, es preferida por los medios masivos para incluirla en sus programaciones. Pero a diferencia de la música tradicional, no responde a ninguna etnia o región geográfica. En un análisis por demás ligero, podría decirse que tanto el género popular como el tradicional, son los preferidos de la gente más sencilla; mientras que la música clásica queda para aquellos oídos de mayor sofistificación.
Sin embargo, no sería correcto dejar estas definiciones como definitivas. Primero, porque algo tan vasto como lo es la música, no podría ser catalogado tan ligeramente y en tan pocas palabras. Y segundo, porque las definiciones anteriores no están bien. O al menos, no del todo bien. No es que haya mentido al escribirlas, pero si que he sido demasiado ligero. Porque ¿Cómo podríamos decir que la música de Miles Davis, perteneciente a un género popular, es apta para oídos permisivos? ¿Quién podría encasillar al gran Astor Piazzolla como un músico de bajo contenido teórico? ¿O acaso alguien puede decir que nuestro Atahualpa Yupanqui, era un guitarrista leve?
Afortunadamente para la música, y para los hombres, existen muchos más músicos como estos. Esos hombres que a fuerza de inventiva, y fundamentalmente de ganas de expresarse, han tirado abajo las barreras que el ánimo catalogador humano ha levantado entre los géneros. Porque pueden existir mil nombres para llamar a la música. Pero para hacer buena música –sea clásica, popular, tradicional o el género que se quiera- es necesario una sola cosa: un buen músico.