Se lo puede ver cruzando las calles de Banfield con su guardapolvo y lentes que no dejan lugar a duda acerca de su profesión. Y en muchas ocasiones con su cámara de fotos colgada del cuello. La edad no le hace mella, ver una foto de él a los 20 y ahora a los 42 es casi lo mismo, salvo que dejó de lado el jesucrist stile de sus años mozos. Matías Ronco es un lomense itinerante que tiene mucho para contar.
Fotógrafo por pasión y no profesión como él dice, escritor de afición, promotor de la cultura y la sociedad. Amigo del gran Osvaldo Bayer y tal vez, sobre todo, cortazareano. De hecho, fue uno de los artífices que la querida escuela 10 de Banfield lleve su nombre, y deje atrás el de Julio Roca. “Somos profesionales de la educación y trabajamos desde lo humano, y entonces, más con menores, aparecen cuestiones humanitarias que exceden largamente la especificidad de enseñar un contenido o una metodología de trabajo. Los chicos encuentran contención y necesitan referentes, están atravesados por situaciones complejas de vulnerabilidad, desde lo social, desde lo familiar, donde el docente debe tener herramientas para estar a la altura de las necesidades de ellos” cuenta Matía, en su rol de educador.
– ¿Cómo te acercaste a la fotografía? ¿Lo hacés de manera aficionada o tenés trabajos profesionales?
Totalmente aficionado e ignorante. No siquiera sé si tengo talento para esto. De pronto, si miro lo publicado o expuesto, descubro algunas líneas que parecen ir en un mismo sentido. Imágenes que intentan reflejar la identidad banfileña, las luchas sociales, y que juegan buscando nuevas miradas, pero si alguna vez publiqué fue por haber tenido la suerte de estar ahí y de que alguien me dijo, venite y sacá vos las fotos. Así llegué a fotografiar a Norita Cortiñas y a Manu Chao, gracias al colectivo “No a la mina”, o a León Gieco y otra vez a Nora gracias a Facultad de derecho, así como antes y después fueron propias aventuras las que me encontraron con personajes queridos y admirados. Hasta saqué fotos en Banfield durante que fueron publicadas en esta página, siempre buscando un costado menos de cronista deportivo y más de mosquito volandero allá donde las cámaras de la tele o de los diarios no apuntaban. Pero las más valiosas imágenes son de anónimas personas, “Los nadies”, diría Galeano, y son si no las auténticas, al menos las que más disfruto.
– Contanos cómo fue cambiarle el nombra a la Escuela 10.
Fue surgiendo a partir del laburo con los pibes. Justamente en ese andar donde estudian la historia viendo diversas fuentes y documentos, donde comparan e investigan, y donde se hacen preguntas críticas y buscan respuesta, ellos fueron entendiendo cada vez más cosas sobre la figura de Julio Roca (el nombre que tenía su escuela) que no les gustaban. Y desde sus familias también llegaban esos mensajes. Si además, desde literatura, se disfrutaban textos de Cortázar, y también en algún momento se estudiaba su biografía, y encontraban que fue alumno de la escuela 10 en su infancia, parece natural el proceso. Fueron años donde todo, muy de a poco, nos llevaba a la pregunta, ¿por qué esta escuela no se llama Julio Cortázar? Y de a poco, también, fueron llegando nuevas generaciones de estudiantes y ex estudiantes que acompañaron el proyecto. Charlas, debates, participación, murales, y finalmente votaciones y una elección donde unánimemente la figura de Julio Cortázar le devolvió al barrio su escuela, esa que todos llamaban siempre “la escuela de Cortázar” pero que no llevaba ese nombre.
– ¿Qué significa Cortázar en tu vida?
Es tomar un libro sin sentir el peso academicista o solemne de tener que leer literatura en serio. Y sin embargo es genial, arte en serio si los hay, su literatura. Cortázar lo hace natural, un juego, manejando ideas muy profundas y resolviendo con originalidad en formas y contenidos. Lo leo y disfruto con los chicos, desde niños de 10 años captando el sentido del “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj”, que trasladado a hoy sigue ofreciendo una crítica actual sobre la sociedad de consumo, hasta jugar con cronopios y famas, o los cuentos de bestiario, rayuela, o sus denuncias desde Francia sobre el terrorismo de estado argentino. Miles de aristas para abordar y disfrutar. Hace unos años iniciamos un recorrido con estudiantes de la escuela tiempos modernos, y también con el secundario, donde buscamos a Cortázar en Banfield, en las paredes, en los murales, en recordatorios callejeros, placas, nombres, esquinas. Para los 100 años de su nacimiento el barrio se llenó de murales hermosos, y junto a los que ya estaban se armó un documento fotográfico que trató de rescatar esa identidad. Buscamos sus cuentos en esos murales, o fragmentos de su biografía, o su caminata a la vieja escuela 10, y fuimos descubriendo un mundo que no sólo fue del escritor, sino que fue de un niño que habitó este lugar. Y en muchos nació esa idea de escribir y jugar, de jugar a escribir pero de jugar en serio, que ya justifica cualquier proyecto educativo, fotográfico, artístico.
– Fuiste amigo de Osvaldo Bayer…
Bayer fue uno de los primeros que se alegró cuando iniciamos a difundir la idea del cambio de nombre de la escuela N° 10 de Banfield. La primera vez que lo vi en persona fue en el ENAM de Banfield, en un homenaje a la división perdida, y le conté de nuestro proyecto. Sus palabras fueron de gran estímulo. Pero fueron siempre encuentros de este tipo. Ojalá hubiese sido su amigo. Tuve la suerte de conocerlo y hablar un rato con él gracias a mi amiga Natalí Di Vincenzo, cantante y poeta banfileña. Ellos grabaron un disco con El Quinteto Negro La Boca titulado “Tangos libertarios”, donde cada canción contaba, por letra de Bayer, la historia de luchadores y luchadoras populares. Bayer participaba narrando antes de cada canción, durante los shows en vivo, y allí fue donde lo encontré por primera vez, le recordé la lucha por el cambio de nombre de la escuela 10, y le regalé una foto de la nueva fachada de la escuela, donde se veía “Escuela Julio Cortázar”. Desde ahí seguí sacando fotos en presentaciones de ellos, y algunas veces en su cumpleaños, y siempre desde un lugar de agradecimiento y difusión. También recibió y apoyó al colectivo “no a la mina”, con quienes he colaborado desde la fotografía. Osvaldo es un referente, una guía. No fue mi amigo, pero si se crea esa confusión, con los años ya no sé si voy a desmentirlo. Será parte de las historias banfileñas con las que me encuentro en cada esquina.
Tenés un perfil que trabaja mucho por la memoria, ¿cómo nace eso en vos?
El trabajo por la memoria estuvo siempre. Y justo este año, hablando con la escritora Patricia Rodríguez, autora de los libros “Los desaparecidos de Temperley” y “La masacre de Pasco”, cuyo correlativo documental “Pasco. Vivir más allá de la muerte” se estrena estos días, descubrí la historia de mi pediatra Suki, el doctor Laureano Ramírez, desaparecido por la dictadura, quien era amigo de mis viejos y fue el primero que me tuvo en brazos, ya que asistió en mi nacimiento. Él es un desaparecido, y aunque no creo que su situación haya influido en mi trabajo o mirada sobre derechos humanos, es cierto que mis viejos fundaron y defendieron hasta el último día el histórico jardín de infantes “Yuyitos”, en Banfield, donde, ya en plena democracia (si alguna vez fue plena) se trabajaba con una mirada que todavía hoy es moderna respecto de la función de la educación para el desarrollo personal, familiar y social. No sé de dónde me viene todo esto, pero siento que algo debe haber de eso que Charly García enunciaba en “Inconsciente colectivo”, “mama la libertad, siempre la llevarás…”
– Y la escritura ¿Qué rol juega en tu vida?
Siempre está la escritura. Para disfrutar, para compartir, para abrir ventanas con los estudiantes de cualquier edad, para crecer. Me encanta disfrutar con los chicos cuentos, poemas, canciones, novelas, y poder desde ahí generar reflexión, autoestima, compromiso. Creo que en la literatura está todo. En el año 2002, en un primer grado de la escuela 10 de Banfield, compartí con los chicos y las chicas un cuento escrito para ellos, como obsequio. Los personajes de esa historia fueron saliendo del relato y durante el año cada estudiante le armó alguna nueva aventura. Fue un proyecto de escritura y alfabetización que culminó en la publicación de un libro, junto a mi compañera docente Gisela Faulhaber. Fue “Para llegar”, y además del cuento principal hubo cuentos y poemas disfrutados en clase, de diferentes autores, y relatos de los chicos y las chicas. Dibujos, diseños, y muchas ganas. Hasta camisetas con dibujo de uno de ellos hicimos para la presentación y todavía hoy lo recuerdan. Aquel primer impulso contó con el guiño de Eduardo Galeano, que supo del trabajo y se alegró mucho (habíamos usado algunos relatos de él con los chicos). Después publiqué algunos cuentos volanderos, gracias a concursos, y más dedicado a la educación, el libro “Crecer con palabras”, donde junto a Helena Vázquez y Alicia Etchepare, tratamos de dar herramientas para trabajar escritura y oralidad en la escuela, desde una mirada diferente. Lo último que pude decir sobre esto está en el libro “La historieta va a la escuela. Trabajar con cómics en el aula, la biblioteca y el hogar”, de Libertad Margolles, Perla Calvet y Silvina Marsimian, que se está presentando en la feria por estos días. Y sobre literatura, no me animo a decir que soy escritor. Todavía no pude publicar una novelita errante o una selección de cuentos, por pudor o falta de oportunidades. Alguna vez, quizás, podrán criticar a un banfileño más que se anime a esta aventura de jugar a escribir, pero jugar en serio.
– ¿Cómo es eso de estar tan cerca de Banfield y los actos culturales -como el mural de la memoria- sin ser hincha?
Banfield es mi barrio, mi infancia y mis amigos. Es una patria adentro de la patria grande que seguimos habitando. No hablo de Maipú y Alsina, sino del barrio alrededor del estadio, ese barrio que todavía es barrio, y donde la gente se conoce al menos de vista y todavía tienen la extraña costumbre de saludarse. No sé si existe o me lo inventé, pero es barrio de fútbol en la calles, de bici, de eso que escuchamos en los relatos que cuenta Apo. Barrio de este y el otro lado de la estación también, de escuelas y clubes, de gente que está y que se va pero vuelve. Nostálgico y local, pero sin aferrarse a ese pasado de modo enfermizo. Y barrio con identidad, la veo en murales, fotos, arboledas, plazas y hasta en los pozos que te hacen pelota el auto. Participo irremediablemente porque vivo, y mis estudiantes son de acá, y las escuelas donde siempre laburé, y los clubes, y las familias que me cruzo…
Participo como banfileño que soy como puedo y siempre buscando defender esa identidad que es intangible. Mi abuelo y mi viejo tienen mucha historia en el club. Y yo, sin ser yo hincha, fui socio de pibe e incluso jugué al fútbol. Pero la gran historia es la de mi abuelo Juan Ronco, periodista de los de antes de las carreras de periodismo, que en el 1962, año emblemático del taladro, publicó la primera revista del club, en esa gran campaña salió “Gol de Banfield”. Mi viejo, Edgardo Ronco, recuerda que un sábado al mediodía los jugadores almorzaban en la vieja casa, sede, de la calle Vergara, que en esa época todavía se llamaba Pellegrini, antes de salir a un partido que Banfield jugaba de visitante. No existían las concentraciones dramáticas ni el silencio a la prensa. Y mi abuelo lo llevó a saludar al plantel. Mi abuelo sacó una camiseta recién comprada y todos se la firmaron gentilmente a mi viejo. Verde Alba color témpera, un verde con más presencia de amarillo, y blanco.
Mi abuelo iba al bufet de la sede, pedía un vermut para él y una gaseosa para mi viejo, y tenía reuniones kilométricas con distintos personajes de la historia banfileña. Tuvo una gran amistad con Florencio Sola, Lencho, y creo que también conoció a Remigio, su hermano mayor. Tenía un gran contacto con toda la familia y eso duró hasta la muerte de Florencio Sola. También fue amigo de Valentín Suárez, aunque en este caso el contacto era más formal y profesional. En mi familia hay recuerdos y anécdotas banfileñas, imaginate. A comienzos del 62 mi abuelo lanza la revista y fue todo a pulmón. Puso hasta el último peso para financiarla. A pesar de sus contactos nunca pidió apoyo oficial y en la suya siguió hasta que no pudo sostenerlo más. Pero, según recuerda mi viejo, que lo acompañó como hijo, ese período mientras duró la revista fue muy lindo, gratificante, feliz, y los jugadores y el técnico, Benicio Acosta, abrazaron la publicación dando notas y entrevistas en el campo, en los bares, en sus casas…
Por eso banco a los chicos y chicas que aparecen con camisetas banfileñas a pesar de los resultados y de la imposición mediática de ser hincha de los grandes. Creo que en eso también se juega la identidad del barrio. Es un tema más amplio pero, desde la educación, una mirada que defienda las identidades locales, y que conecte con el niño y la niña desde lo humano, y profesionalmente, es fundamental en las escuelas. Yo voy por el lado de la escuela que se llama ESCUELA, la que integra, la democrática, la que tiene historia y es parte de esta historia, la que puede decirse “quiero llamarme Julio Cortázar” o “Sargento Cabral” o “Manuel Belgrano”, o incluso “Escuela Tiempos Modernos” pero no Colegio o claustro cerrado y elitista, sino que guarde conexión con el barrio y con la región. En los Institutos de Formación docente se reconocen estas miradas, y los que se preparan para ser profesionales de la educación ven las calles del barrio, las plazas, los centros, los hogares, los clubes, como una red identitaria que debemos defender culturalmente para seguir siendo nosotros mismos, para que, entre otras cosas, ese barrio de Banfield que te nombro con cierta añoranza no sea un delirio utópico o un recuerdo idealizado.
Por Hernán Bañez
Algunas fotos de Matías