notaclarin(Clarin) “¿Cuándo lo vas a poner a Garrafa, hijo de puta?”.

El que grita con ojos de malo y sonrisa de bueno es el propio Garrafa. Le pega un par de puñetazos a la puerta. Actúa. Juega. Hasta que llega un inesperado contraataque. “Nunca, gordo”, le contestó desde adentro Julio Falcioni. Y la cara de Garrafa se transformó. No pensaba que el entrenador estaba en la habitación.

Así era el Loco Garrafa. Vivió jugando. Y murió jugando. Un antihéroe popular. Un jugador de pelota que se dio el lujo de jugar al fútbol, pero que nunca perdió la esencia. Un rebelde. Y antes que todo un distinto.

El repaso rápido en Youtube muestra pisadas, enganches, caños, pases hermosos, algunos pocos goles y esa manera de aguantar la pelota contra la raya, de ponerse de espalda al rival y llevarlo a pasear hasta encontrar el momento ideal para desatar el nudo. Hay algo de Román en ese repertorio. Pero compararlos sería injusto para ambos. Garrafa eligió ser distinto.

Si hubiera tenido un físico más potente. Si se hubiera dedicado al fútbol de manera más profesional. Si hubiera pensado más en el crecimiento económico que en su familia. Si le hubiera pegado más al arco en lugar de buscar siempre dar un pase al compañero. Si hubiera dejado de andar en moto. Si hubiera… No habría sido Garrafa.

Y eligió ser Garrafa. Se quedó con eso. En Laferrere, donde nació y murió. En El Porvenir, donde creció, se consolidó y se animó a soñar. Y en Banfield, donde se codeó con los más grandes y se terminó de convertir en mito. No hace falta utilizar su nombre y apellido.

Eso es Garrafa. No jugó en Boca. Y está bien. No salió campeón de Primera. Y está bien. No fue vendido a Europa y apenas tuvo un paso mínimo por Uruguay, pero se volvió porque su papá estaba enfermo y no podía aguantar la distancia. Y está bien. No fue millonario. Y está bien. Su último paso lo dio en el ascenso y en Lafe. Y está perfecto. Porque sino hubiese sido uno más. Porque sino hoy no sería una película. O una estatua, como la que está en el ingreso a la sede de Banfield. O canciones. O banderas. O murales.

Aquella tarde en la concentración de Banfield en Luis Guillón, el Loco Garrafa, ése que en lugar de hacer la entrada en calor se ponía a hacer jueguito mientras bailaba cumbia con los cordones desatados, ése Garrafa que les regalaba botines a los pibes de la pensión; el mismo que casi lesiona al Loco Adrián González el día previo a la final por el Ascenso por meterlo en un carrito de supermercado y tirarlo por un barranco; el que levantó la mano en pleno ataque yfingió estar en posición adelantada para ganarle unos segundos a los defensores de Boca que lo perseguían como flechas; ése Garrafa golpeó la puerta de la habitación en la que dormía el cuerpo técnico. “¿Cuándo lo vas a poner a Garrafa?”.

Falcioni, después de liquidarlo con la respuesta, le dio la titularidad al domingo siguiente. Contra Lanús. La rompió. Fue su último clásico.

Garrafa se fue un domingo. Hace ya 10 años. Justamente el día de la semana que más disfrutaba. Estaba haciendo piruetas con la moto. O jueguito con la pelota. No importa. Es lo de menos.

Jugó hasta el último segundo de su vida.