[Diario Popular] Ídolo absoluto en el Deportivo Laferrere, El Porvenir y Banfield, el mediocampista nacido del ascenso supo ganarse su lugar dentro de la elite del fútbol argentino y enamorar a todos sin distinción de camisetas.

Murió en un accidente de moto un 8 de enero de 2006. Tenía solo 31 años. Sin embargo, por más que ya haya pasado más de una década de su partida, José Luis Sánchez, “Garrafa”, sigue vivo en el inconsciente futbolero por haber sido la alquimia perfecta del tablón y picardía.

Gambeteador indescifrable y dueño de una pegada prodigiosa. Modelo fiel del jugador de potrero. Fue uno de los grandes futbolistas que parió el barro del ascenso y producto de una calidad superlativa, supo ganarse un lugar en el fútbol de Primera División. Y por sobre todas las cosas, generar el amor incondicional de los hinchas que lo vieron defender sus colores y jornadas de “calentura” en las tribunas de enfrente producto de esa irreverencia desfachatada a la hora de “jugar a la pelota”.

Ídolo absoluto en el Deportivo Laferrere, el club que lo vio nacer, El Porvenir y Banfield, en donde además de conseguir el ascenso a la elite en 2001 fue partícipe necesario para que el Taladro desembarcara por primera vez en su historia en el terreno continental jugando Copa Libertadores y Sudamericana, se ganó el apodo gracias a trabajar con su padre, un repartidor de garrafas de La Matanza.

Sin embargo, sus cualidades como futbolista y su fortaleza mental, sello característico para ser el dueño de la pelota en esos partidos en los que la pelota quema, le permitieron cumplir con el gran sueño de ser profesional y gambetear un futuro ligado a aquella profesión paterna.

Fue precisamente en Laferrere, el club del cual era hincha. Su debut se produjo en 1993 y jugó allí hasta que en 1997, y de la mano de Ricardo Calabria, pasó a El Porvenir. En la entidad de Gerli permaneció hasta 1999 en donde consiguió el ascenso a la B Nacional.

Su buen paso por El Porve le abrió la puerta del fútbol uruguayo. Hacia allá fue Garrafa para ponerse la camiseta de Bella Vista de ese país. Los éxitos seguirían para el mediocampista creativo que consiguió la clasificación a la Copa Libertadores de América. Pese a ello, su padre enfermó y decidió largar todo y regresar a nuestro país para estar cerca de él y darlo el mismo apoyo que este le dio durante su camino, tanto dentro como fuera de las canchas.

El camino del “Gordo” y el Taladro se cruzaron siete meses después. Un par de enganches, unos caños, goles antológicos, y soberbias producciones en los tramos decisivos de la temporada -léase semifinales contra Instituto y la final ante Quilmes- fueron suficientes para generar un idilio eterno con los hinchas de Banfield.

Pero el ascenso no fue lo único conseguido en Peña y Arenales. La semilla del desembarco en el plano internacional por primera vez se sembró en la última fecha de la 2001/2002, cuando ante Independiente, colgó la pelota de un ángulo con un tiro libre marca registrada que sirvió para zafar de la Promoción y empezar a pensar así en un Banfield de Primera División por mucho tiempo.

Las lesiones lo tuvieron a maltraer en el último tiempo y por ello fue perdiendo lugar frente a la exigencia del cuerpo técnico que a esa altura ya encabezaba Julio César Falcioni. De este modo, en 2006, volvió a Laferrere para transitar la parte final de su carrera hasta su trágica partida.

Se fue del mismo modo en el que vivió. Haciendo locuras para deleitar a los demás. Sin embargo, esas mismas piruetas que lo erigieron como un distinto dentro de una cancha, esta vez las intentó sobre una moto, su otra pasión, que no le perdonó esa desfachatez.