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Por Sebastián Tafuro. Segunda entrega de las historias mínimas del ascenso. En esta ocasión, José Luis “Garrafa” Sánchez, un extraordinario jugador que supo mostrar su talento en varios clubes de la Zona Sur del conurbano bonaerense. Una mezcla de talento y desparpajo para alguien que nunca cambió su estilo, aunque ganase o perdiese.

 

Alma de potrero es una de las definiciones que mejor le cabe. Aún lo extrañan por la Zona Sur del Gran Buenos Aires, allí donde supo exhibir las cuotas de su talento. Deportivo Laferrere – el club del cual fue confeso hincha –, El Porvenir y Banfield – donde su habilidad y desparpajo llegaron a la Primera División– fueron las camisetas que lució y con las que fue admirado. Nos referimos a José Luis “Garrafa” Sánchez, ese al que alguna vez Alejandro Dolina definió como “el jugador que elegimos para querer”, ese que perdió la vida a los 31 años luego de un accidente con una moto. Aquí, el retrato de un crack inigualable, en esta segunda entrega de las historias mínimas del ascenso.

El primer dato que sobresale en la historia de Garrafa es precisamente su apodo. Este se debía al oficio de su padre, cuyo trabajo era repartir garrafas de gas comprimido, una tarea que de no haber sido futbolista, Sánchez hubiera tenido que desempeñar, tal como confesó en alguna oportunidad. En ese sentido, la herencia no terminó dada por el laburo en sí mismo, sino por ese mote con el que se lo identificó desde pequeño.

En cuanto a su trayectoria futbolística, Garrafa debutó en Deportivo Laferrere en 1993 en un clásico contra Almirante Brown. Jugó allí hasta 1997 y luego pasó a El Porvenir, donde lograría un ascenso a la B Nacional y disputaría un octogonal para subir a Primera, instancia en la que el conjunto de Gerli tropezaría en semifinales frente a Juventud Antoniana. En 1999 tuvo un breve y exitoso paso por el fútbol uruguayo, en el club Bella Vista, con el cual clasificó a la Copa Libertadores, competencia que no podría jugar debido a una enfermedad de su padre que lo obligó a regresar a la Argentina.

Pero la famosa frase de que el fútbol da revancha se aplicaría a la carrera de Garrafa. Tras siete meses alejado de las canchas, lo contrata Banfield, club en el que se convertiría en ídolo indiscutido. Fueron 5 años en la institución verdiblanca, el salto a la Primera División y finalmente la disputa de la Copa Libertadores en 2004/2005, en la cual el conjunto que en ese entonces dirigía Julio César Falcioni llegaría a cuartos de final. En la segunda mitad de 2005 regresa al primer hogar, a Laferrere, donde acariciaría sus últimos balones antes del accidente fatal.

Aunque esas formalidades – las camisetas que vistió y sus logros – son claves para conocer al jugador, mucho más lo son aquellas miradas que lo graficaron y un escalón más arriba se ubican las imágenes de ese “fulbo” que supo practicar con tanta elegancia y coraje. Porque Garrafa era un tipo que disfrutaba adentro de la cancha y que brindaba esos toques que lo volvían un distinto, esas perlas que van más allá del deseo irrefrenable de ganar. “Hoy no hay muchos jugadores que se animen a tirar caños o tacos, pero quizá no lo hacen por miedo a que les digan algo. Todos los jugadores creen que cuando les tirás un caño los estás cargando, y no es así. Que me tiren un caño a mí. Y si vamos perdiendo se los tiro igual”, declaró en una oportunidad. Un fiel reflejo de cómo concebía el deporte más hermoso del mundo. [leer nota completa]