Por Hernán Bañez. La película de Garrafa Sánchez nos emociona, nos alegra, no hace reir, llorar. Es un claro relato de lo que es el fútbol sin negocio ni marketing. Lo que es el amor por la pelota, por el juego, por el fulbo.

Y justamente por es concepto, el del fulbo sin agregados ni conservantes, aparece en “El Garrafa” una escena que rompe el molde y se sale casi como surrealista del relato: Es la escena que recrea (o sugiere) como fue el origen del fulbo. Un fragmento animado, con dibujos de Diego Puente y animaciones de Hernán Vieytes.

En ella, terribles y feroces dinosaurios descubren al futbol y eso les permite un salto evolutivo inexplicable. Y aquí nos preguntarnos, los dinosaurios ¿habrían inventado un juego con los pies, porque sus manos eran muy pequeñitas? Lo cierto es que seguros de su poder y dominio, invitan a unos bípedos que estaban absortos junto a un pequeño espejo de agua. El tiranosaurio, como un capitán, le tira la pelota (una pobre mulita contraída en realidad) a un garrafa-mono, y es entre ellos que se da un encuentro mágico, como el del primate con el hueso en la 2001, Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, con la inevitable obra de Richard Strauss. Allí, casi sin saberlo, esos homínidos darían inicio al juego más hermoso de todos los tiempos.

Cuando Sergio Mercurio, el director de la película, comenzó a trabajar en el guión entendió que para contar la historia de Garrafa debía escapar de los cánones del futbol tradicional. Porque Garrafa “movía toda una energía, un discurso, y una cultura que para ese momento yo intuía de que se trataba pero ignoraba como abordar”. Hasta que se encontró con la expresión “fulbo”.

¿Pero que era exactamente el fulbo y quienes lo jugaban? Mercurio sostiene que al fulbo no necesariamente estarían jugando los mejores jugadores del mundo, considerando éxitos obtenidos. La primer pregunta a la que se enfrentó fue si era Pele un jugador de fulbo y entendió que no. No porque haya sido un jugador discutible, sino porque siempre fue un jugador modelo, un jugador de futbol modelo.

Pero al director le interesaban mucho más los que rompían el molde. Los que no estaban desesperados por el resultado “si algo les atravesaba el corazón, les hervía la sangre, y le daba la posibilidad de la alegría”.

“Busqué en mi memoria una jugada alegre y me vino “el escorpión” de René Higuita, (que lo hizo, irreverente, en el mismísimo estadio de Wembley) de modo que ya tenía arquero. Maradona era insustituible y se me ocurrió que la jugada a los ingleses debía ser hecho a los dinosaurios. Obviamente Garrafa debía patear un penal histórico después de una avivada”.

Por cuestiones de costos y de animación, Mercurio debía contar con pocos jugadores por lo que el partido sería de seis. El defensor es Obdulio Varela, “el negro jefe, capitán de la selección uruguaya del ´50, que dio vuelta el partido de la final contra Brasil”. Obdulio es el que fue a buscar la pelota adentro del arco y le dijo a sus compañeros “los de afuera son de palo”, refiriéndose a los 200 mil brasileros que colmaban el Maracaná. Este era el defensor esperado.

Mercurio sabía que un brasilero tenía que jugar, y después de leer la vida de Mané Garrincha, y de ver todo su archivo no tuvo duda que era un jugador al fulbo por excelencia. El que jamás pensó en otra cosa que su relación con la pelota, en jugar por jugar. Si Pelé era el jugador modelo, Garrincha era el jugador del pueblo.

“Decidí poner a Zidane después de mucho tiempo. En primera medida el cabezazo al Materazzi me pareció una locura reprochable Leer nota completa.